24 febrero, 2012

En modo Insular

Es tras leer el nuevo reportaje en modo blog nacido de dos personas muy especiales a las que adoro y animo en la distancia a continuar ad infinitum a compartir novedosas y lejanas experiencias y curiosidades, que surge este momento, que aparece este Ahora.
Y es que uno se adentra en el terreno de dos, él y ella, ella y él, terreno compartido por dos esencias que crecen a cada momento y se alimentan afablemente de cada nueva relación, terreno desconocido, desconcertante a menudo, inimaginable desde luego, fascinante a todas luces, aunque sea, por cierto, de noche y a la luz de la luna, aun sabiendo que es prestada ésta por el astro rey.... para luego adentrarse en el propio, con la inseguridad obnubilante de no saber que ocurrirá a continuación, y con la seguridad también aparente de haberlo hecho con anterioridad en repetidas ocasiones, el poner en común digo.
Y es que, volviendo al título de este post, el "modo insular" es tan peculiar que se convierte, con el paso de los segundos de cada luminoso día, con el alzarse progresivo e irremplazable del sol en el firmamento, en modalidad, en forma de ser. Creo que no había sido consciente hasta ayer mismo de lo curioso de que el verbo "to be" se traduzca por ser o estar. Puede que no sea suficiente estar para ser, lo dejo, lo dejo para la libre opinión de los intrépidos de mente. Sinceramente creo que estar no es ser.
Ser no es estar, ni es hacer,
aunque por desgracia a menudo los confundamos y nos identifiquemos incomprensiblemente con las cosas que hacemos o incluso pensamos, haciendo o creando en este caso "pensamientos". Dicen que al identificarte con lo que pinsas, dejas de ser tú, dejas de observarte como ser o entidad pensante. Dicen que Descartes descubrió al ego, ese que existe solo, y digo sólo, si se piensa, si se lo alimenta con planes imprecisos, con preocupaciones por lo que haré o no haré, por lo que debía haber echo o no dije, si se lo nutre con la ira o la envidia propia de los estados de insatisfacción tan desagradables y hasta neuróticos.
Y es que todas las criaturas aspiran a sentirse bien y a ser felices, pero para lograr la
integración interior es necesario no alumbrarse con lámparas ajenas, sino encender la propia
luz. Es una forma de referirse al adagio tan conocido y cercano para los amantes de la buena música: El mundo está oscuro, ilumina tu parte.