18 enero, 2013

Cíclo P

     Corría el mes de Octubre. Por todas partes, la lluvia, más que lluvia, cortina de agua. Ésta era incesante y hasta aburrida. Gota a gota llegaba a vencer por agotamiento a cualquiera que tratase de sonreir a un nuevo día, diciéndole: "No, no será éste el día en que me daré por vencida, me quedan aún varias toneladas que descargar sobre vosotros, seres frágiles y vulnerables...."
     En un segundo piso, Evaristo llevaba varias horas anegado, sepultado en toneladas de pérfida ofuscación, sostenía para sí un estado impertérrito y hallábase armado con la coartada perfecta para no atender a nadie más que a él mismo... o a su sombra, éso nunca se sabrá con certeza. Lo cierto es que la situación, como diseñada especialmente para tal escena, no ayudaba, es más, contribuía sobremanera a potenciar o siquiera a multiplicar la negrura que hacía eco en las húmedas y ya desconchadas paredes del apartamento, pues ningún lumen llegaba a la estancia, la oscuridad era total; del mismo modo, no se oía nada, ni el goteo de una lejana cisterna, ni las batientes alas de una mosca sobrevolando con tesón y sesgado aceleramiento en la cercanía, nada, ningún leve sonido que perturbase siquiera mínimamente la ruidosa verborrea que franqueaba los límites de su intrincada mente.
   En su interior, el sufrimiento de que Evaristo era capaz para sí, sobrepasaba en mucho aquel inflingido por cualquier tipo de método de tortura, fuese el que fuese:

-Nada tengo en este mundo; nada me queda ya de lo que valerme, nada a lo que agarrarme, a lo que asirme para levantar cabeza. Nada tengo, nada valgo, nadie me necesita, nadie me quiere ya....  tan sólo me queda una salida...   y ésta me aterroriza, la desesperación que me paraliza, no es nada al lado de tal funesto destino. Tan solo una última cosa.....

    Y así, abandonando su tantas veces amada procrastinación, fue como Evaristo tomó la firme determinación de bajar a la calle. Y así fue como se le presentó la oportunidad que en lo más profundo de su corazón ya habitaba desde hacía mucho, y que por supuesto, anhelaba. Por la misma acera que él se acercaba, como a trompicones, una muchacha bien parecida, a tenor de los aires que la rodeaban, como perfumados éstos, de la mejor y más deliciosa fragancia

- Disculpe, ¿tiene un par de minutos?

 Evaristo, o mejor dicho, su efímera e inasible esencia, se golpeó contra su frente, tambaleándose en el interior de su cabeza, para tomar conciencia súbitamente tras el golpe, de que ya tenía algo, algo por lo que suspirar, algo a lo que dedicar hasta el último fragmento de lo que le quedaba de existencia, sin dudas, sin lamentos. Tenía tiempo....

- Por supuesto -dijo amsioso- Dispongo de todo el tiempo que necesites. Espero que sepamos aprovecharlo.