30 enero, 2011

La ciudad de la alegría. Capítulo 3

Hombres, mujeres, niños, todos, hasta los animales, observaban ansiosamente el cielo. Por lo común se levanta un fortísimo viento pocos días antes de que estalle el monzón. El cielo se oscurece bruscamente. Las nubes invaden la tierra. Se precipitan unas sobre otras, como el algodón que se carda. Recorren la superficie de los campos a una velocidad fantástica. Luego les suceden otras nubes, enormes, como bordadas de oro. Unos minutos más tarde estalla una ráfaga formidable, un huracán de polvo. Por último, una nueva oleada de nubes negras, esta vez sin rebordes dorados, sume el cielo y la tierra en las tinieblas. Un interminable fragor de trueno sacude el espacio. Y es el desencadenamiento. Agni, el Dios del fuego de los Veda, el protector de los hombres y de sus hogares, lanza sus rayos. Las gruesas gotas calientes se transforman en cataratas. Los niños se arrojan desnudos bajo el diluvio aullando de alegría. Los hombres exultan, y las mujeres, al abrigo de las galerías cubiertas, cantan en acción de gracias.
El agua. La vida. El cielo fecunda la tierra. Es el renacer.

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